sábado, 29 de mayo de 2021

REGLAS DE JUEGO PARA LOS HOMBRES QUE QUIERAN AMAR A LAS MUJERES, un poema de Gioconda Belli

Gioconda Belli es una autora que me cautivó desde que leí su novela "El país bajo mi piel". Después fui descubriendo su poesía y quedé prendado.

Este poema lo hemos compartido en muchas tertulias, en la escuela y en distintas entidades. Pero recuerdo con especial cariño las lecturas compartidas que hicimos con la Asociación de Mujeres Sallurtegui, de Agurain/Salvatierra, un pueblo de la llanada alavesa, en la Semana de la Mujer que ellas organizaban. Una lectura compartida abierta a todo el pueblo y en la que salían a relucir todo lo que a ellas como mujeres les sugerían aquellas palabras, así como el valor y la fuerza que generaban para seguir en su pelea por la igualdad en los diferentes ámbitos, personales y comunitarios, de sus vidas.




REGLAS DE JUEGO PARA LOS HOMBRES QUE QUIERAN AMAR A LAS MUJERES

I

El hombre que me ame
deberá saber descorrer las cortinas de la piel,
encontrar la profundidad de mis ojos
y conocer lo que anida en mí,
la golondrina transparente de la ternura.

II

El hombre que me ame
no querrá poseerme como una mercancía,
ni exhibirme como un trofeo de caza,
sabrá estar a mi lado
con el mismo amor
con que yo estaré al lado suyo.

III

El amor del hombre que me ame
será fuerte como los árboles de ceibo,
protector y seguro como ellos,
limpio como una mañana de diciembre.

IV

El hombre que me ame
no dudará de mi sonrisa
ni temerá la abundancia de mi pelo,
respetará la tristeza, el silencio
y con caricias tocará mi vientre como guitarra
para que brote música y alegría
desde el fondo de mi cuerpo.

V

El hombre que me ame
podrá encontrar en mí
la hamaca donde descansar
el pesado fardo de sus preocupaciones
la amiga con quien compartir sus íntimos secretos,
el lago donde flotar
sin miedo de que el ancla del compromiso
le impida volar cuando se le ocurra ser pájaro.

VI

El hombre que me ame
hará poesía con su vida,
construyendo cada día
con la mirada puesta en el futuro.

VII

Por sobre todas las cosas,
el hombre que me ame
deberá amar al pueblo
no como una abstracta palabra
sacada de la manga,
sino como algo real, concreto,
ante quien rendir homenaje con acciones
y dar la vida si es necesario.

VIII

El hombre que me ame
reconocerá mi rostro en la trinchera,
rodilla en tierra me amará
mientras los dos disparamos juntos
contra el enemigo.

IX

El amor de mi hombre
no conocerá el miedo a la entrega,
ni temerá descubrirse ante la magia del enamoramiento
en una plaza llena de multitudes.
Podrá gritar -te quiero-o hacer rótulos en lo alto de los edificios
proclamando su derecho a sentir
el más hermoso y humano de los sentimientos.

X

El amor de mi hombre
no le huirá a las cocinas,
ni a los pañales del hijo,
será como un viento fresco
llevándose entre nubes de sueño y de pasado,
las debilidades que, por siglos,
nos mantuvieron separados
como seres de distinta estatura.

XI

El amor de mi hombre
no querrá rotularme y etiquetarme,
me dará aire, espacio,
alimento para crecer y ser mejor,
como una Revolución
que hace de cada día
el comienzo de una nueva victoria.

viernes, 28 de mayo de 2021

EL RUISEÑOR Y LA ROSA, un cuento de Oscar Wilde

En este cuento, un joven se declara a su amada, pero esta, para aceptarle, le exige una rosa roja. Una flor que en esa  temporada era imposible de conseguir. Y ahí aparece el ruiseñor, dispuesto a todo para lograrla.

Lo hemos compartido en muchas tertulias, ya que es un texto para todas las edades. Aunque tengo un recuerdo especial de cuando lo hicimos en un primero de Primaria en una escuela de Valencia. Fue precioso.

EL RUISEÑOR Y LA ROSA

Un ruiseñor vivía en el jardín de una casa. Todas las mañanas una ventana se abría y un joven comía su pan mientras miraba la belleza del jardín.

Siempre caían migajas de pan en el antepecho de la ventana.

El ruiseñor comía las migajas creyendo que el joven las dejaba a propósito para él. Así, creció un gran afecto por aquel que se preocupaba en alimentarlo, aunque sea con migajas.

Un día el joven se enamoró.

Pero al declararse, su amada impuso una condición para retribuir su amor: Que a la mañana siguiente él le trajese la más linda rosa roja.

El joven recorrió todas las floristerías de la ciudad, pero su búsqueda fue en vano. Ninguna rosa, mucho menos roja.

Triste, desolado, fue a pedir ayuda al jardinero de su casa. El jardinero declaró que él podría obsequiarla con petunias, violetas, claveles. Cualquier flor menos rosas. Ellas estaban fuera de temporada; era imposible conseguirlas en aquella estación.

El ruiseñor habiendo escuchado la conversación quedó con pena por la desolación del joven. Tenía que hacer algo para ayudar a su amigo a conseguir la flor.

Entonces el ave buscó al Dios de los pájaros, quien le dijo:

– Tú puedes conseguir una rosa roja para tu amigo, pero el sacrificio es grande y podría costarte la vida.

– No importa, respondió el ave. ¿Qué debo hacer?

– Bien, tendrás que encaramarte en un rosal y allí cantar la noche entera, sin parar. El esfuerzo es muy grande; puede que tu pecho no aguante.

– Así lo haré, respondió el ave. ¡Es para la felicidad de un amigo!

Cuando oscureció, el ruiseñor se encaramó en medio de un rosal que quedaba enfrente de la ventana del joven. Allí se puso a cantar su canto más alegre, pues precisaba esmerarse en la formación de la flor.

Mientras cantaba, una gran espina comenzó a entrar en el pecho del ruiseñor y cuanto más cantaba, más entraba la espina en su pecho. Pero el ruiseñor no paró. Continuó su canto por la felicidad de un amigo. Un canto que simbolizaba gratitud, amistad ... ¡Un canto de donación total por un amigo, hasta de su propia vida!

Por la mañana, al abrir su ventana, el joven se detuvo delante de la más linda rosa roja que se había formado con la sangre del ruiseñor. Ni cuestionó el milagro, enseguida recogió la rosa.

Al ver el cuerpo inerte de la pobre ave, el joven dijo:

– ¡Qué estúpida ave! Teniendo tantos árboles para cantar vino a posarse justamente en medio del rosal que tiene espinas. Por lo menos ahora dormiré mejor, sin tener que escuchar su tonto canto.

Es muy triste, pero desgraciadamente cada uno da lo que tiene en el corazón. Y cada uno recibe con el corazón que tiene.

FIN

martes, 18 de mayo de 2021

LAS ABARCAS DESIERTAS, un poema de Miguel Hernández

Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.

Y encontraba los días
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.

Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.

Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.

Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.

Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.

Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.

Toda gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.

Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y unos hombres de miel.

Por el cinco de enero
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.

Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.

sábado, 15 de mayo de 2021

VERDE Y SIN PAULA, un cuento de Mario Benedetti

Hay ocasiones en que un acontecimiento, algo en lo que nos sentimos implicados y del que nos culpabilizamos, nos corroe las entrañas. Una mordedura que nos asfixia, que no nos deja vivir, que llena de sinsentido nuestra existencia. Entonces, hay quien piensa que lo mejor o que lo único que le puede devolver su dignidad perdida, es dar el salto al otro lado.

Es el caso del protagonista de este cuento, quien en esa agonía decide acabar con su vida. Eso sí, lo hace lentamente. Y según va introduciéndose en el mar va recordando lo que ha sido su vida y lo que le ha llevado a tomar esa decisión. Pero, en el último momento, un grito que pide desesperadamente ayuda rompe su ensimismamiento. Ël queriéndose quitar la vida, y otra persona implorando para que le ayuden a permanecer en ella. ¿Qué hacer?

Este magnífico cuento lo he compartido en muchas sesiones de tertulias de diferentes edades. Un texto cuya negrura inicial se ilumina de repente con la luz de la esperanza.

VERDE Y SIN PAULA

Cuando se incorpora en la arena, dobla cuidadosamente la toalla, respira con fruición, camina hasta la orilla y se introduce lentamente en el mar, siente que no ha dejado nada a la improvisación. Allá arriba, sobre la almohada, en la habitación 512 del Hotel Cóndor, está el sobre con las cinco palabras en rojo: Para entregar a Paula Acosta. Lo recogerá la mucama cuando llegue, como siempre, a las doce. Le ha costado tres meses la decisión, pero a esta altura es irreversible. Francamente, ya no se soporta, hay que concluir. No tiene por qué apurarse, sin embargo. Cuando el agua le enfría los tobillos, sabe que ha comenzado el último capítulo. Uno de los primeros se remonta a otra playa, Atlántico por medio, con su madre y el padrastro, Víctor, caminando enlazados por la dura arena de Portezuelo, Joaquín tocando en la armónica una milonga cualquiera, y Mastín, minúsculo y húmedo, ladrando como siempre el bochorno de su nombre. Tiempos de candidez o de sordera, de inocencia o de soberbia, no lo sabe bien. Tiempos de acomodar sus diez o doce años saludables en el compacto bienestar, en las lenguas de sol, en la bocanada salitrosa, en las rocas limpísimas. Su madre y Víctor, tan jóvenes entonces y sin embargo (para él) tan antiguos. Y el padre que nadie menciona y a quien nunca conoció, aunque sí logró juntar pedacitos de su confusa historia a través de las revelaciones del primo José Carlos. La inesperada fuga, poco menos que delictiva, a algún lugar del extranjero, sin explicaciones ni carta, sólo noticias indirectas, desprendiéndose sin pudor de la mujer y el hijo. Imágenes de la madre llorando por horas y semanas, y también recuerdos de su recuperación seis años después, gracias a Víctor, que es atlético y bueno pero antiguo. En realidad, todos eran antiguos menos José Carlos y Paula, sus pares. Después de todo, se trata de un repaso consciente. No va a esperar la tradicional y vertiginosa película del ahogado promedio. Para qué. Tiene todo el tiempo disponible para ver la historia con calma. CONTINUAR LEYENDO

lunes, 10 de mayo de 2021

¿CUÁNTA TIERRA NECESITA UN HOMBRE? Un cuento de León Tolstoi

He aquí un magnífico cuento de León Tolstoi. Un relato que, como casi todos los de Tolstoi, alberga en su interior una moraleja. Sin embargo, se diferencia de las fábulas en que tiene más matices que el de la enseñanza final. 

Cuando lo leo siempre me acuerdo de aquella canción que nos cantaba Catalina, la mujer que nos atendía de pequeños.

Todos queremos más, / Todos queremos más y más y más y mucho más... / El que tiene cinco quiere tener diez, /el que tiene veinte quiere los cuarenta / y el de los cuarenta quiere tener cien.

El cuento lo hemos compartido en muchas tertulias de todas las edades, empezando por un ciclo medio de primaria y acabando con tertulias en las que predominaban las personas mayores. En todas se llegan a conclusiones parecidas, pero esto no es óbice para que, en función de los matices que antes he reseñado, aparezcan interpretaciones e ideas diferentes.

Aquí os dejo una versión reducida del cuento. Pero si alguien quiere leer una más completa, puede pulsar AQUÍ


¿CUÁNTA TIERRA NECESITA UN HOMBRE?


Érase una vez un campesino llamado Pahom, que había trabajado dura y honestamente para su familia, pero que no tenía tierras propias, así que siempre permanecía en la pobreza. "Ocupados como estamos desde la niñez trabajando la madre tierra -pensaba a menudo- los campesinos siempre debemos morir como vivimos, sin nada propio. Las cosas serían diferentes si tuviéramos nuestra propia tierra."

Ahora bien, cerca de la aldea de Pahom vivía una dama, una pequeña terrateniente, que poseía una finca de ciento cincuenta hectáreas. Un invierno se difundió la noticia de que esta dama iba a vender sus tierras. Pahom oyó que un vecino suyo compraría veinticinco hectáreas y que la dama había consentido en aceptar la mitad en efectivo y esperar un año por la otra mitad.

"Qué te parece -pensó Pahom- Esa tierra se vende, y yo no obtendré nada."

Así que decidió hablar con su esposa.

-Otras personas están comprando, y nosotros también debemos comprar unas diez hectáreas. La vida se vuelve imposible sin poseer tierras propias.

Se pusieron a pensar y calcularon cuánto podrían comprar. Tenían ahorrados cien rublos. Vendieron un potrillo y la mitad de sus abejas; contrataron a uno de sus hijos como peón y pidieron anticipos sobre la paga. Pidieron prestado el resto a un cuñado, y así juntaron la mitad del dinero de la compra. Después de eso, Pahom escogió una parcela de veinte hectáreas, donde había bosques, fue a ver a la dama e hizo la compra.

Así que ahora Pahom tenía su propia tierra. Pidió semilla prestada, y la sembró, y obtuvo una buena cosecha. Al cabo de un año había logrado saldar sus deudas con la dama y su cuñado. Así se convirtió en terrateniente, y talaba sus propios árboles, y alimentaba su ganado en sus propios pastos. Cuando salía a arar los campos, o a mirar sus mieses o sus prados, el corazón se le llenaba de alegría. La hierba que crecía allí y las flores que florecían allí le parecían diferentes de las de otras partes. Antes, cuando cruzaba esa tierra, le parecía igual a cualquier otra, pero ahora le parecía muy distinta.

Un día Pahom estaba sentado en su casa cuando un viajero se detuvo ante su casa. Pahom le preguntó de dónde venía, y el forastero respondió que venía de allende el Volga, donde había estado trabajando. Una palabra llevó a la otra, y el hombre comentó que había muchas tierras en venta por allá, y que muchos estaban viajando para comprarlas. Las tierras eran tan fértiles, aseguró, que el centeno era alto como un caballo, y tan tupido que cinco cortes de guadaña formaban una avilla. Comentó que un campesino había trabajado sólo con sus manos, y ahora tenía seis caballos y dos vacas.

El corazón de Pahom se colmó de anhelo.

"¿Por qué he de sufrir en este agujero -pensó- si se vive tan bien en otras partes? Venderé mi tierra y mi finca, y con el dinero comenzaré allá de nuevo y tendré todo nuevo".

Pahom vendió su tierra, su casa y su ganado, con buenas ganancias, y se mudó con su familia a su nueva propiedad. Todo lo que había dicho el campesino era cierto, y Pahom estaba en mucha mejor posición que antes. Compró muchas tierras arables y pasturas, y pudo tener las cabezas de ganado que deseaba. CONTINUAR LEYENDO

martes, 4 de mayo de 2021

"Y AÚN ASÍ, ME LEVANTO". Un poema de Maya Angelou


Maya Angelou fue una escritora, poeta, cantante y activista por los derechos civiles estadounidense. Y como luchadora contra el racismo, sus poemas son una denuncia de la desigualdad racial, y un canto a la libertad, a la lucha y a la esperanza.

Este poema lo hemos compartido en diferentes tertulias, y los diálogos generados son reflejo de los ejes que guiaban su existencia y que inspiraban a Maya sus poemas: denuncia, libertad, lucha y esperanza.







Y AÚN ASÍ ME LEVANTO

“Tú puedes escribirme en la historia
con tus amargas, torcidas mentiras,
puedes aventarme al fango
y aún así, como el polvo… me levanto.

¿Mi descaro te molesta?
¿Porqué estás ahí quieto, apesadumbrado?
Porque camino
como si fuera dueña de pozos petroleros
bombeando en la sala de mi casa…

Como lunas y como soles,
con la certeza de las mareas,
como las esperanzas brincando alto,
así… yo me levanto.

¿Me quieres ver destrozada?
cabeza agachada y ojos bajos,
hombros caídos como lágrimas,
debilitados por mi llanto desconsolado.

¿Mi arrogancia te ofende?
No lo tomes tan a pecho,
Porque yo río como si tuviera minas de oro
excavándose en el mismo patio de mi casa.

Puedes dispararme con tus palabras,
puedes herirme con tus ojos,
puedes matarme con tu odio,
y aún así, como el aire, me levanto.

¿Mi sensualidad te molesta?
¿Surge como una sorpresa
que yo baile como si tuviera diamantes
ahí, donde se encuentran mis muslos?

De las barracas de vergüenza de la historia
yo me levanto
desde el pasado enraizado en dolor
yo me levanto
soy un negro océano, amplio e inquieto,
manando
me extiendo, sobre la marea,
dejando atrás noches de temor, de terror,
me levanto,
a un amanecer maravillosamente claro,
me levanto,
brindado los regalos legados por mis ancestros.
Yo soy el sueño y la esperanza del esclavo.
Me levanto.
Me levanto.
Me levanto.”

domingo, 2 de mayo de 2021

EL GRAN INQUISIDOR, un texto de Fiódor Dostoyevski

Este es un texto que forma parte de "Los hermanos Karamazov", novela de Fiódor Dostoyevski. Lo que ha ocurrido es que, con el tiempo, ha tomado relevancia por sí mismo y, hoy en día, se presenta como un texto independiente.

La relevancia le viene de la forma en que el autor, utilizando un diálogo, o más bien un monólogo del inquisidor, entre Jesús de Nazaret, prisionero de la Inquisición, y el Gran Inquisidor, profundiza sobre la libertad. Yo diría que, entre otras cosas, la reflexión que hace Dostoyevski se centra en el miedo a la libertad y en el binomio libertad-seguridad. Es un gran texto en el que se profundiza con extraordinaria lucidez sobre esas cuestiones, y que, como es de esperar, y al ser temas de candente actualidad, ayuda a compartir y contrastar diversas miradas sobre el tema en cuestión.

Este texto lo he compartido en secundaria, bachillerato, con personas adultas, en la tertulia de la prisión y en sesiones de formación del profesorado. Y ahora, al escribir esto, recuerdo cómo me sorprendió que en una de esas sesiones, el profesorado que participaba en ella no había sabido captar el profundo dilema que planteaba, cuando en las otras tertulias lo vieron sin ningún problema. Curioso, ¿verdad?

En resumen, un texto muy recomendable para leer y compartir.


EL GRAN INQUISIDOR

Han pasado ya quince siglos desde que Cristo dijo: "No tardaré en volver. El día y la hora, nadie, ni el propio Hijo, las sabe". Tales fueron sus palabras al desparecer, y la Humanidad le espera siempre con la misma fe, o acaso con fe más ardiente aún que hace quince siglos. Pero el Diablo no duerme; la duda comienza a corromper a la Humanidad, a deslizarse en la tradición de los milagros. En el Norte de Germania ha nacido una herejía terrible, que, precisamente, niega los milagros. Los fieles, sin embargo, creen con más fe en ellos. Se espera a Cristo, se quiere sufrir y morir como Él... Y he aquí que la Humanidad ha rogado tanto por espacio de tantos siglos, ha gritado tanto "¡Señor, dignaos, apareceros!", que Él ha querido, en su misericordia inagotable, bajar a la tierra.

Y he aquí que ha querido mostrarse, al menos un instante, a la multitud desgraciada, al pueblo sumido en el pecado, pero que le ama con amor de niño. El lugar de la acción es Sevilla; la época, la de la Inquisición, la de los cotidianos soberbios autos de fe, de terribles heresiarcas, ad majorem Dei gloriam.

No se trata de la venida prometida para la consumación de los siglos, de la aparición súbita de Cristo en todo el brillo de su gloria y su divinidad, "como un relámpago que brilla del Ocaso al Oriente". No, hoy sólo ha querido hacerles a sus hijos una visita, y ha escogido el lugar y la hora en que llamean las hogueras. Ha vuelto a tomar la forma humana que revistió, hace quince siglos, por espacio de treinta años.

Aparece entre las cenizas de las hogueras, donde la víspera, el cardenal gran inquisidor, en presencia del rey, los magnates, los caballeros, los altos dignatarios de la Iglesia, las más encantadoras damas de la corte, el pueblo en masa, quemó a cien herejes. Cristo avanza hacia la multitud, callado, modesto, sin tratar de llamar la atención, pero todos le reconocen.

El pueblo, impelido por un irresistible impulso, se agolpa a su paso y le sigue. Él, lento, una sonrisa de piedad en los labios, continúa avanzando. El amor abrasa su alma; de sus ojos fluyen la Luz, la Ciencia, la Fuerza, en rayos ardientes, que inflaman de amor a los hombres. Él les tiende los brazos, les bendice. De Él, de sus ropas, emana una virtud curativa. Un viejo, ciego de nacimiento, sale a su encuentro y grita: "¡Señor, cúrame para que pueda verte!" Una escama se desprende de sus ojos, y ve. El pueblo derrama lágrimas de alegría y besa la tierra que Él pisa. Los niños tiran flores a sus pies y cantan Hosanna, y el pueblo exclama: "¡Es Él! ¡Tiene que ser Él! ¡No puede ser otro que Él!"

Cristo se detiene en el atrio de la catedral. Se oyen lamentos; unos jóvenes llevan en hombros a un pequeño ataúd blanco, abierto, en el que reposa, sobre flores, el cuerpo de una niña de diecisiete años, hija de un personaje de la ciudad.

–¡Él resucitará a tu hija! –le grita el pueblo a la desconsolada madre.

El sacerdote que ha salido a recibir el ataúd mira, con asombro, al desconocido y frunce el ceño. CONTINUAR LEYENDO