viernes, 23 de julio de 2021

Leer con otros, un artículo de Juan Mata

Destacar la naturaleza social de la lectura, separándola del carácter básicamente escolar que se le asigna normalmente, es el objetivo del presente artículo. En él se critican algunas de las habituales prácticas académicas en torno a la lectura que tanto contribuyen a desvirtuar su sentido primigenio, que es conocer y reconocer el mundo social a través del mundo íntimo del escritor y a la vez hacer de los textos literarios y filosóficos una vía de comprensión de la propia vida de los lectores. Comprender un texto literario es siempre un intento de dar sentido a la propia existencia y, tal como ponen de manifiesto numerosos autores, esa búsqueda de significado a través de los textos se hace mejor mediante el  diálogo, en compañía de otros lectores. Los grupos de lectura son manifestaciones del deseo de conocer y comprender en comunidad. El artículo pone de manifiesto asimismo el relevante papel social que, en circunstancias de catástrofe colectiva o aflicción individual, pueden jugar los libros, la lectura y las bibliotecas públicas.


miércoles, 21 de julio de 2021

NO TE RINDAS. Un poema de Mario Benedetti.

Otro gran poema de Benedetti que, por su profundidad, mensaje de esperanza y de superación de contingencias paralizantes, hace brotar fértiles diálogos en una lectura compartida del mismo. Lectura que hemos hecho en muchos ambientes y con  personas de muy diferentes edades, y en todas las ocasiones el compartir nos ha enriquecido y nos ha hecho mirar el mundo con otros ojos, más esperanzados y más activos.

NO TE RINDAS

No te rindas, aún estás a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras,
enterrar tus miedos,
liberar el lastre,
retomar el vuelo.

No te rindas que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros,
y destapar el cielo.

No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda,
y se calle el viento,
aún hay fuego en tu alma,
aún hay vida en tus sueños.

Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo,
porque lo has querido y porque te quiero,
porque existe el vino y el amor es cierto,
Porque no hay heridas que no cure el tiempo.

Abrir las puertas,
quitar los cerrojos,
abandonar las muralla que te protegieron,
vivir la vida y aceptar el reto,
recuperar la risa,
ensayar un canto,
bajar la guardia y extender las manos,
desplegar las alas
e intentar de nuevo,
celebrar la vida y retomar los cielos.

No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se ponga y se calle el viento,
aún hay fuego en tu alma,
aún hay vida en tus sueños
porque cada día es un comienzo nuevo,
porque esta es la hora y el mejor momento,
porque no estás solo, porque yo te quiero.

Mario Benedetti.

domingo, 18 de julio de 2021

Realidad y fantasía o cómo se construye el corral de la infancia. Un artículo de Graciela Montes

La querella entre los defensores de la “realidad” y los defensores de la “fantasía” es una vieja presencia en las reflexiones de los pedagogos acerca del niño y de lo que le conviene al niño.

Según el parecer de muchos, una de las cosas que menos les convendría a los niños sería precisamente la fantasía. Ogros, hadas, brujas, varitas mágicas, seres poderosos, amuletos milagrosos, animales que hablan, objetos que razonan, excesos de todo tipo deberían según ellos ser desterrados sin más complicaciones de los cuentos. El ataque se hace en nombre de la verdad, de la fidelidad a lo real, de lo razonable.

Ya Rousseau había determinado que poco y nada habría de intervenir la literatura en la esmeradísima educación de su Emilio, y muchísimo menos los cuentos de hadas, lisa y llanamente mentirosos.

Y después de él innumerables voces se levantaron contra la fantasía.

A esta condena tradicional se agregará luego otra, formulada a la luz de la psicología positivista. “Con los cuentos truculentos, sanguinarios y feroces que leyeron los niños hasta ayer, es lógico que aumentara la criminalidad en tiempos de guerra y en tiempos de paz”, así decía el Mensaje del Comité Cultural Argentino que sirvió como prólogo al libro de Darío Guevara, Psicopedagogía del cuento infantil , un clásico de los años cincuenta.

Y, para no quedarnos en los cincuenta, en 1978, durante la dictadura militar, un decreto que prohibió la circulación de La torre de cubos, de Laura Devetach, hablaba en sus consideraciones de exceso de imaginación –ilimitada fantasía” dice—como una causa principal para desaconsejarlo.

En fin, la fantasía es peligrosa, la fantasía está bajo sospecha: en eso parecen coincidir todos. Y podríamos agregar: la fantasía es peligrosa porque está fuera de control, nunca se sabe bien adonde lleva.

Pero ¿de qué se acusa en realidad a la literatura infantil cuando se la acusa de fantasía? ¿Por qué tanta pasión en la condena? ¿En nombre de qué valores se lanza el ataque? ¿Qué es lo que se quiere proteger con ese gesto?

Estoy convencida de que, en esta aparente oposición entre realidad y fantasía, se esconden ciertos mecanismos ideológicos de revelación/ ocultamiento que les sirven a los adultos para domesticar y someter (para colonizar) a los chicos.

Para echar un poco de luz sobre la cuestión, es indispensable que antes tratemos de entender qué es esa especie de bicho raro, la literatura infantil, es un campo aparentemente inocente y marginal donde, sin embargo, se libran algunos de los combates más duros y más reveladores de nuestra cultura. CONTINUAR LEYENDO

martes, 13 de julio de 2021

Ficción y verdad: desafíos actuales en la mediación de lectura. Un artículo de Cecilia Bajour

Estamos viviendo una época sacudidora para los asuntos del creer. Aquella famosa idea de la «suspensión de la incredulidad» propuesta por Coleridge, que dio y sigue dando letra a algunos modos de explicar el pacto ficcional que entablan lectores y lectoras con ciertos textos, hoy tiembla cuando en el mundo que rodea a la lectura de textos considerados ficcionales —el mundo al que llamamos «contexto»—, diversas formas del engaño son admitidas sin cuestionamientos ni reclamo de autentificación por un número importante de personas que confían solo en el impacto emocional como evidencia suficiente para dar crédito a lo evidentemente falso. Sobran ejemplos en nuestros países en estos tiempos. La utilización de las ficciones (en su acepción próxima a la idea de fabulación) o, mejor dicho, el empleo de mecanismos provenientes del territorio de los textos ficcionales —artísticos o no— en prácticas de la comunicación social, como el periodismo y la propaganda política, puede generar efectos considerables sobre nuestras vidas, a veces de manera imperceptible, como gotas que van horadando la posibilidad de confiar y otras veces como cataclismos que arrasan como un vendaval político, económico y social.

Los límites difusos entre ficción y realidad en los tiempos que corren nos desafían a pensar cómo inciden estas arenas movedizas en algunos problemas que se suscitan en la mediación vinculada a diversas formas del arte, como la literatura infantil, zona de saberes y prácticas especialmente complejas en relación con esta temática.

Para comenzar la reflexión sobre cómo afecta la disquisición entre ficción y no ficción en la literatura infantil y en experiencias de mediación de lectura con esta zona textual, me referiré a dos ejemplos artísticos dispares: uno que no proviene del campo de la literatura y cultura de las infancias, y otro que sí. Me parecen productivos para el campo de la literatura infantil y juvenil los vasos comunicantes entre textos (en un sentido amplio que incluye a lo visual y diversas manifestaciones multimodales) y teorías que discutan los límites de edad en la destinación de los objetos culturales.

Primer ejemplo: arte visual que desnaturaliza fronteras

En 2019 se inauguró una muestra antológica de la obra del artista conceptual argentino Leandro Erlich en el Malba, uno de los museos más importantes en el área del arte contemporáneo latinoamericano. Quienes pasaban por la zona o estaban a punto de entrar al museo se encontraban en la fachada con un gran cartel inmobiliario que anunciaba la venta de la propiedad.

El impulso de muchas personas era preguntarse: «¿es verdad lo que estamos viendo?». Vi esa foto replicada en redes sociales: la primera reacción en los comentarios era de asombro. Costaba creer que este museo privado, propiedad de uno de los empresarios más ricos de Argentina, estuviera «en venta». «¿También venden el Malba?» era una de las preguntas que, con cierta ironía, vinculaban el cartel de venta con la crisis económica en mi país, exacerbada por cuatro años de una gestión gubernamental que generó la mayor deuda de la historia argentina. Unos segundos después (según los casos), sobrevenía el descubrimiento de que se trataba de una ilusión, una puesta en escena: era una instalación artística. Luego, al entrar al museo y observar otras obras de Erlich, irrumpía la constatación: crear ilusiones e invitar a desautomatizar la percepción son algunas de las búsquedas conceptuales del artista. La desestabilización que la similitud con lo real provoca en sus obras lleva a interrogarnos sobre los límites entre lo que percibimos y la verdad. El título de la muestra era sugerente: «Liminal». La frontera entre lo verdadero y lo construido como mundo posible proponía distanciarse y desnaturalizar la mirada atravesada por la rutina. Quizás para algunos espectadores/participantes fuera ocasión de activar el pensamiento crítico sobre los efectos de la ilusión y el engaño en la percepción de lo que se presenta como real en la contemporaneidad. CONTINUAR LEYENDO

EL DÚO DE LA TOS, un cuento de Leopoldo Alas Clarín

 Leyendo la columna de Irene Vallejo, autora del "Infinito en un junco", titulada: "Amores flemáticos", me vino a la mente una serie de lecturas compartidas que hicimos con un cuento de Leopoldo Alas Clarín que lleva por título: El dúo de la tos".

El gran hotel del Águila no es en realidad un hotel. Es una especie de sanatorio para personas tuberculosas. Uno de los espacios que abundaron mientas la tuberculosis fue una enfermedad mortal y por los que pasaron autores como Franz Kafka, y sobre los que se escribieron magníficas obras como "La montaña mágica" de Thomas Mann.

"El dúo de la tos" es un relato triste que nos remite a la soledad y a la falta de expectativas, tal vez de esperanza, que en muchas ocasiones viene aparejada a las enfermedades más graves. 

En su momento lo compartimos en diferentes tertulias. Ahora bien, si hoy lo volviera a hacer, lo complementaría con el artículo de Irene Vallejo que he citado al inicio de esta entrada. Últimamente me encanta hacer sesiones de lecturas compartidas con diferentes textos y diferentes formatos (cuentos, poemas, álbumes ilustrados, canciones, artículos, viñetas...) que guardan relación entre sí. Lo vengo haciendo en la tertulia de la fundación Peñascal de Bolueta (Bilbao) y los resultados están siendo muy satisfactorios. Así que desde aquí os animo a hacerlo.


EL DÚO DE LA TOS

El gran hotel del Águila tiende su enorme sombra sobre las aguas dormidas de la dársena. Es un inmenso caserón cuadrado, sin gracia, de cinco pisos, falansterio del azar, hospicio de viajeros, cooperación anónima de la indiferencia, negocio por acciones, dirección por contrata que cambia a menudo, veinte criados que cada ocho días ya no son los mismos, docenas y docenas de huéspedes que no se conocen, que se miran sin verse, que siempre son otros y que cada cual toma por los de la víspera.

«Se está aquí más solo que en la calle, tan solo como en el desierto», piensa un bulto, un hombre envuelto en un amplio abrigo de verano, que chupa un cigarro apoyándose con ambos codos en el hierro frío de un balcón, en el tercer piso. En la oscuridad de la noche nublada, el fuego del tabaco brilla en aquella altura como un gusano de luz. A veces aquella chispa triste se mueve, se amortigua, desaparece, vuelve a brillar.

«Algún viajero que fuma», piensa otro bulto, dos balcones más a la derecha, en el mismo piso. Y un pecho débil, de mujer, respira como suspirando, con un vago consuelo por el indeciso placer de aquella inesperada compañía en la soledad y la tristeza.

«Si me sintiera muy mal, de repente; si diera una voz para no morirme sola, ese que fuma ahí me oiría», sigue pensando la mujer, que aprieta contra un busto delicado, quebradizo, un chal de invierno, tupido, bien oliente.

«Hay un balcón por medio; luego es en el cuarto número 36. A la puerta, en el pasillo, esta madrugada, cuando tuve que levantarme a llamar a la camarera, que no oía el timbre, estaban unas botas de hombre elegante.»

De repente desapareció una claridad lejana, produciendo el efecto de un relámpago que se nota después que pasó.

«Se ha apagado el foco del Puntal», piensa con cierta pena el bulto del 36, que se siente así más solo en la noche. «Uno menos para velar; uno que se duerme.»

Los vapores de la dársena, las panzudas gabarras sujetas al muelle, al pie del hotel, parecen ahora sombras en la sombra. En la oscuridad el agua toma la palabra y brilla un poco, cual una aprensión óptica, corno un dejo de la luz desaparecida, en la retina, fosforescencia que parece ilusión de los nervios. En aquellas tinieblas, más dolorosas por no ser completas, parece que la idea de luz, la imaginación recomponiendo las vagas formas, necesitan ayudar para que se vislumbre lo poco y muy confuso que se ve allá abajo. Las gabarras se mueven poco más que el minutero de un gran reloj; pero de tarde en tarde chocan, con tenue, triste, monótono rumor, acompañado del ruido de la marea que a lo lejos suena, corno para imponer silencio, con voz de lechuza. CONTINUAR LEYENDO



¿Existe una literatura infantil? Un artículo de Michel Tournier

Quisiera que se me permitiese relatar una experiencia personal en lo que respecta a los libros para niños, porque la considero instructiva.

En 1967 publiqué mi primer libro, una novela titulada Viernes o los limbos del Pacífico. Tratábase de una nueva versión del célebre Robinson Crusoe de Daniel Defoe (1719) que en más de dos siglos transcurridos desde su aparición ha sido "reescrito" innumerables veces. La regla del juego consistía para mí en ser lo más fiel posible a mi modelo al tiempo que introducía en él —discreta, secretamente y como de contrabando— todo un bagaje de ideas filosóficas y psicoanalísticas modernas. Debo aclarar que acababa de presentarme al concurso de "agregación" en filosofía y que estaba imbuido de las doctrinas de Jean-Paul Sartre y de Claude Lévi-Strauss.

La relectura de mi novela me hizo advertir inmediatamente sus insuficiencias y percatarme de cuán lejos me hallaba del ideal que me había propuesto. La filosofía estaba allí, en cada página, indiscreta, exorbitante, volviendo lento y pesado el curso del relato. Pronto se me ocurrió la idea de rehacer el libro, aligerándolo y debastándolo, agregándole episodios puramente narrativos, integrando más íntima y profundamente la carga filosófica, que no cambiaría pero que tampoco quedaría a la vista. Valiéndome pues de Viernes o los limbos del Pacífico como de una especie de borrador, escribí un nuevo libro, Viernes o la vida salvaje, en el que no hay una sola línea copiada del anterior.

Fue entonces cuando comenzaron las sorpresas. La primera fue la de enterarme de que había escrito un libro para niños. La brevedad del relato, su limpidez, el ritmo ágil de los acontecimientos, todo contribuía a hacer que esa breve novela se convirtiera en el futuro en un "clásico", en el sentido propio del término, es decir un libro leído en clase. Mientras tanto —y ésta fue la segunda sorpresa— no encontraba editor. Descubrí al mismo tiempo cómo funcionaban las editoriales de libros "para niños" o los departamentos de "literatura infantil" de las grandes editoriales. Viernes o los limbos del Pacífico había sido publicado por unas doce editoriales extranjeras. Las que tienen una sección de obras "para la juventud" rechazaron Viernes o la vida salvaje por unanimidad. Las editoriales especializadas se mostraron asimismo poco acogedoras. ¿Por qué? Porque las ediciones para niños obedecen a leyes que excluyen por completo la verdadera creación literaria.

Sucede que se han formado un concepto a priori del niño, concepto que arranca directamente del siglo XIX y de una mitología en la que se mezclan Victor Hugo y la reina Victoria. En los Estados Unidos, el ámbito del libro para niños ha estado mucho tiempo dominado tiránicamente por la empresa Walt Disney. Esas editoriales especializadas viven bajo el terror de la vigilancia que ejercen las asociaciones de padres de familia y de libreros, cierto tipo de periódicos y revistas y una vasta red de opinión en la que desempeña un papel importante el comentario de boca en boca. La publicación de un libro para niños que no se adapte a las exigencias de esa censura entraña no solamente un boicot por parte de la prensa y de los libreros sino además un desprestigio que se extiende a toda la producción de la editorial responsable, considerada desde ese momento como sospechosa. Cabe suponer que cualquier audacia y todo tipo de creación original quedan así rigurosamente eliminados por las comisiones de lectura. En la mayoría de los casos se fabrican "moldes" —llamados "colecciones", con un director de colección— en los que unos seudoescritores vierten incansablemente un producto pedido y programado de antemano. El público de cada colección es objeto de un retrato-tipo que comprende la edad, el sexo y la condición social. En muchos casos, todo ello se halla rematado por una ideología política o religiosa. Si el malaventurado autor de una obra nueva —que, por definición, no se parece a otra— va a llamar a la puerta de una de esas fortalezas, es posible que por cortesía retengan su manuscrito durante algunos días, pero nadie se tomará la molestia de leerlo. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 4 de julio de 2021

EMBARGO, un cuento de José Saramago

Este es un curioso cuento de José Saramago que siempre me ha recordado a "La cabina" de Chicho Ibáñez Serrador. En este caso es el coche el que se va a ir adueñando poco a poco de su conductor, algo que si extendemos la metáfora, nos puede llevar a reflexionar sobre la sociedad de consumo que, valga la redundancia, también nos va consumiendo poco a poco hasta adueñarse completamente de nuestra voluntad.

En cuanto a las lecturas compartidas que he hecho con este texto, me acuerdo con mucho cariño de una que realizamos en Bizitegi de Rekaldeberri (Bilbao). Bizitegi es una asociación que trabaja en favor de las personas en situación de exclusión social. Y fue con personas que se hallaban en esa situación con las que compartimos este magnífico relato y con las que me enriquecí en todos los sentidos.



EMBARGO

Se despertó con la sensación aguda de un sueño degollado y vio delante de sí la superficie cenicienta y helada del cristal, el ojo encuadrado de la madrugada que entraba, lívido, cortado en cruz y escurriendo una transpiración condensada. Pensó que su mujer se había olvidado de correr las cortinas al acostarse y se enfadó: si no consiguiese volver a dormirse ya, acabaría por tener un día fastidiado. Le faltó sin embargo el ánimo para levantarse, para cubrir la ventana: prefirió cubrirse la cara con la sábana y volverse hacia la mujer que dormía, refugiarse en su calor y en el olor de su pelo suelto. Estuvo todavía unos minutos esperando, inquieto, temiendo el insomnio matinal. Pero después le vino la idea del capullo tibio que era la cama y la presencia laberíntica del cuerpo al que se aproximaba y, casi deslizándose en un círculo lento de imágenes sensuales, volvió a caer en el sueño. El ojo ceniciento del cristal se fue azulando poco a poco, mirando fijamente las dos cabezas posadas en la almohada, como restos olvidados de una mudanza a otra casa o a otro mundo. Cuando el despertador sonó, pasadas dos horas, la habitación estaba clara.

Dijo a su mujer que no se levantase, que aprovechase un poco más de la mañana, y se escurrió hacia el aire frío, hacia la humedad indefinible de las paredes, de los picaportes de las puertas, de las toallas del cuarto de baño. Fumó el primer cigarrillo mientras se afeitaba y el segundo con el café, que entretanto se había enfriado. Tosió como todas las mañanas. Después se vistió a oscuras, sin encender la luz de la habitación. No quería despertar a su mujer. Un olor fresco a agua de colonia avivó la penumbra, y eso hizo que la mujer suspirase de placer cuando el marido se inclinó sobre la cama para besarle los ojos cerrados. Y susurró que no volvería a comer a casa.

Cerró la puerta y bajó rápidamente la escalera. La finca parecía más silenciosa que de costumbre. Tal vez por la niebla, pensó. Se había dado cuenta de que la niebla era como una campana que ahogaba los sonidos y los transformaba, disolviéndolos, haciendo de ellos lo que hacía con las imágenes. Había niebla. En el último tramo de la escalera ya podría ver la calle y saber si había acertado. Al final había una luz aún grisácea, pero dura y brillante, de cuarzo. En el bordillo de la acera, una gran rata muerta. Y mientras encendía el tercer cigarrillo, detenido en la puerta, pasó un chico embozado, con gorra, que escupió por encima del animal, como le habían enseñado y siempre veía hacer.

El automóvil estaba cinco casas más abajo. Una gran suerte haber podido dejarlo allí. Había adquirido la superstición de que el peligro de que lo robasen sería mayor cuanto más lejos lo hubiese dejado por la noche. Sin haberlo dicho nunca en voz alta, estaba convencido de que no volvería a ver el coche si lo dejase en cualquier extremo de la ciudad. Allí, tan cerca, tenía confianza. El automóvil aparecía cubierto de gotitas, los cristales cubiertos de humedad. Si no hiciera tanto frío, podría decirse que transpiraba como un cuerpo vivo. Miró los neumáticos según su costumbre, verificó de paso que la antena no estuviese partida y abrió la puerta. El interior del coche estaba helado. Con los cristales empañados era una caverna translúcida hundida bajo un diluvio de agua. Pensó que habría sido mejor dejar el coche en un sitio desde el cual pudiese hacerlo deslizarse para arrancar más fácilmente. Encendió el coche y en el mismo instante el motor roncó fuerte, con una sacudida profunda e impaciente. Sonrió, satisfecho de gusto. El día empezaba bien.

Calle arriba el automóvil arrancó, rozando el asfalto como un animal de cascos, triturando la basura esparcida. El cuentakilómetros dio un salto repentino a noventa, velocidad de suicidio en la calle estrecha bordeada de coche aparcados. ¿Qué sería? Retiró el pie del acelerador, inquieto. Casi diría que le habían cambiado el motor por otro más potente. Pisó con cuidado el acelerador y dominó el coche. Nada de importancia. A veces no se controla bien el balanceo del pie. Basta que el tacón del zapato no asiente en el lugar habitual para que se altere el movimiento y la presión. Es fácil.

Distraído con el incidente, aún no había mirado el contador de la gasolina. ¿La habrían robado durante la noche, como no sería la primera vez? No. El puntero indicaba precisamente medio depósito. Paró en un semáforo rojo, sintiendo el coche vibrante y tenso en sus manos. Curioso. Nunca había reparado en esta especie de palpitación animal que recorría en olas las láminas de la carrocería y le hacía estremecer el vientre. Con la luz verde el automóvil pareció serpentear, estirarse como un fluido para sobrepasar a los que estaban delante. Curioso. Pero, en verdad, siempre se había considerado mucho mejor conductor que los demás. Cuestión de buena disposición esta agilidad de reflejos de hoy, quizá excepcional. Medio depósito. Si encontrase una gasolinera funcionando, aprovecharía. Por seguridad, con todas las vueltas que tenía que dar ese día antes de ir a la oficina, mejor de más que de menos. Este estúpido embargo. El pánico, las horas de espera, en colas de decenas y decenas de coches. Se dice que la industria va a sufrir las consecuencias. Medio depósito. Otros andan a esta hora con mucho menos, pero si fuese posible llenarlo... El coche tomó una curva balanceándose y, con el mismo movimiento, se lanzó por una subida empinada sin esfuerzo. Allí cerca había un surtidor poco conocido, tal vez tuviese suerte. Como un perdiguero que acude al olor, el coche se insinuó entre el tráfico, dobló dos esquinas y fue a ocupar un lugar en la cola que esperaba. Buena idea. CONTINUAR LEYENDO