martes, 13 de julio de 2021

EL DÚO DE LA TOS, un cuento de Leopoldo Alas Clarín

 Leyendo la columna de Irene Vallejo, autora del "Infinito en un junco", titulada: "Amores flemáticos", me vino a la mente una serie de lecturas compartidas que hicimos con un cuento de Leopoldo Alas Clarín que lleva por título: El dúo de la tos".

El gran hotel del Águila no es en realidad un hotel. Es una especie de sanatorio para personas tuberculosas. Uno de los espacios que abundaron mientas la tuberculosis fue una enfermedad mortal y por los que pasaron autores como Franz Kafka, y sobre los que se escribieron magníficas obras como "La montaña mágica" de Thomas Mann.

"El dúo de la tos" es un relato triste que nos remite a la soledad y a la falta de expectativas, tal vez de esperanza, que en muchas ocasiones viene aparejada a las enfermedades más graves. 

En su momento lo compartimos en diferentes tertulias. Ahora bien, si hoy lo volviera a hacer, lo complementaría con el artículo de Irene Vallejo que he citado al inicio de esta entrada. Últimamente me encanta hacer sesiones de lecturas compartidas con diferentes textos y diferentes formatos (cuentos, poemas, álbumes ilustrados, canciones, artículos, viñetas...) que guardan relación entre sí. Lo vengo haciendo en la tertulia de la fundación Peñascal de Bolueta (Bilbao) y los resultados están siendo muy satisfactorios. Así que desde aquí os animo a hacerlo.


EL DÚO DE LA TOS

El gran hotel del Águila tiende su enorme sombra sobre las aguas dormidas de la dársena. Es un inmenso caserón cuadrado, sin gracia, de cinco pisos, falansterio del azar, hospicio de viajeros, cooperación anónima de la indiferencia, negocio por acciones, dirección por contrata que cambia a menudo, veinte criados que cada ocho días ya no son los mismos, docenas y docenas de huéspedes que no se conocen, que se miran sin verse, que siempre son otros y que cada cual toma por los de la víspera.

«Se está aquí más solo que en la calle, tan solo como en el desierto», piensa un bulto, un hombre envuelto en un amplio abrigo de verano, que chupa un cigarro apoyándose con ambos codos en el hierro frío de un balcón, en el tercer piso. En la oscuridad de la noche nublada, el fuego del tabaco brilla en aquella altura como un gusano de luz. A veces aquella chispa triste se mueve, se amortigua, desaparece, vuelve a brillar.

«Algún viajero que fuma», piensa otro bulto, dos balcones más a la derecha, en el mismo piso. Y un pecho débil, de mujer, respira como suspirando, con un vago consuelo por el indeciso placer de aquella inesperada compañía en la soledad y la tristeza.

«Si me sintiera muy mal, de repente; si diera una voz para no morirme sola, ese que fuma ahí me oiría», sigue pensando la mujer, que aprieta contra un busto delicado, quebradizo, un chal de invierno, tupido, bien oliente.

«Hay un balcón por medio; luego es en el cuarto número 36. A la puerta, en el pasillo, esta madrugada, cuando tuve que levantarme a llamar a la camarera, que no oía el timbre, estaban unas botas de hombre elegante.»

De repente desapareció una claridad lejana, produciendo el efecto de un relámpago que se nota después que pasó.

«Se ha apagado el foco del Puntal», piensa con cierta pena el bulto del 36, que se siente así más solo en la noche. «Uno menos para velar; uno que se duerme.»

Los vapores de la dársena, las panzudas gabarras sujetas al muelle, al pie del hotel, parecen ahora sombras en la sombra. En la oscuridad el agua toma la palabra y brilla un poco, cual una aprensión óptica, corno un dejo de la luz desaparecida, en la retina, fosforescencia que parece ilusión de los nervios. En aquellas tinieblas, más dolorosas por no ser completas, parece que la idea de luz, la imaginación recomponiendo las vagas formas, necesitan ayudar para que se vislumbre lo poco y muy confuso que se ve allá abajo. Las gabarras se mueven poco más que el minutero de un gran reloj; pero de tarde en tarde chocan, con tenue, triste, monótono rumor, acompañado del ruido de la marea que a lo lejos suena, corno para imponer silencio, con voz de lechuza. CONTINUAR LEYENDO



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