Hay ocasiones en que un acontecimiento, algo en lo que nos sentimos implicados y del que nos culpabilizamos, nos corroe las entrañas. Una mordedura que nos asfixia, que no nos deja vivir, que llena de sinsentido nuestra existencia. Entonces, hay quien piensa que lo mejor o que lo único que le puede devolver su dignidad perdida, es dar el salto al otro lado.
Es el caso del protagonista de este cuento, quien en esa agonía decide acabar con su vida. Eso sí, lo hace lentamente. Y según va introduciéndose en el mar va recordando lo que ha sido su vida y lo que le ha llevado a tomar esa decisión. Pero, en el último momento, un grito que pide desesperadamente ayuda rompe su ensimismamiento. Ël queriéndose quitar la vida, y otra persona implorando para que le ayuden a permanecer en ella. ¿Qué hacer?
Este magnífico cuento lo he compartido en muchas sesiones de tertulias de diferentes edades. Un texto cuya negrura inicial se ilumina de repente con la luz de la esperanza.
VERDE Y SIN PAULA
Cuando se incorpora en la arena, dobla cuidadosamente la toalla, respira con fruición, camina hasta la orilla y se introduce lentamente en el mar, siente que no ha dejado nada a la improvisación. Allá arriba, sobre la almohada, en la habitación 512 del Hotel Cóndor, está el sobre con las cinco palabras en rojo: Para entregar a Paula Acosta. Lo recogerá la mucama cuando llegue, como siempre, a las doce. Le ha costado tres meses la decisión, pero a esta altura es irreversible. Francamente, ya no se soporta, hay que concluir. No tiene por qué apurarse, sin embargo. Cuando el agua le enfría los tobillos, sabe que ha comenzado el último capítulo. Uno de los primeros se remonta a otra playa, Atlántico por medio, con su madre y el padrastro, Víctor, caminando enlazados por la dura arena de Portezuelo, Joaquín tocando en la armónica una milonga cualquiera, y Mastín, minúsculo y húmedo, ladrando como siempre el bochorno de su nombre. Tiempos de candidez o de sordera, de inocencia o de soberbia, no lo sabe bien. Tiempos de acomodar sus diez o doce años saludables en el compacto bienestar, en las lenguas de sol, en la bocanada salitrosa, en las rocas limpísimas. Su madre y Víctor, tan jóvenes entonces y sin embargo (para él) tan antiguos. Y el padre que nadie menciona y a quien nunca conoció, aunque sí logró juntar pedacitos de su confusa historia a través de las revelaciones del primo José Carlos. La inesperada fuga, poco menos que delictiva, a algún lugar del extranjero, sin explicaciones ni carta, sólo noticias indirectas, desprendiéndose sin pudor de la mujer y el hijo. Imágenes de la madre llorando por horas y semanas, y también recuerdos de su recuperación seis años después, gracias a Víctor, que es atlético y bueno pero antiguo. En realidad, todos eran antiguos menos José Carlos y Paula, sus pares. Después de todo, se trata de un repaso consciente. No va a esperar la tradicional y vertiginosa película del ahogado promedio. Para qué. Tiene todo el tiempo disponible para ver la historia con calma. CONTINUAR LEYENDO
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