domingo, 28 de marzo de 2021

La rana que quería ser una rana auténtica , un cuento (microrrelato) de Augusto Monterroso

Con este cuento (o minicuento), junto con el de "Alienación" de Julio Ramón Ribeyro y el álbum ilustrado, "El oso que no lo era", de Frank Tashlin, he compuesto una especie de trilogía que, de una forma u otra, versa acerca de la identidad y, dentro de ella, de la imagen que proyectamos, o nos hacen proyectar, hacia los demás y hacia nosotros mismos.
Es lo que le pasa a la rana de esta pequeña historia. Augusto Monterroso tiene la habilidad, como en este caso, de plasmar pensamientos muy profundos en pocas líneas. En esta ocasión, la rana busca su autenticidad no en ella misma, sino en la mirada de los demás. Y buscando esa rana auténtica que está en los ojos de los demás, acabará, de una forma trágica, por ser vista como algo distinto a lo que ella perseguía, que era ser una rana auténtica.
Estos cuentos, a pesar de tener una temática común, pueden ser compartidos independientemente. Yo así lo he hecho y las tertulias han sido muy interesantes. Respecto a las edades, los tres textos pueden ser para todos los públicos, aunque el Ribeyro, en caso de alumnado del primer o segundo ciclo de primaria, entiendo que necesitará de una lectura oral.


LA RANA QUE QUERÍA SER UNA RANA AUTÉNTICA

Había una vez una rana que quería ser una rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello.

Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad. Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.

Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una rana auténtica.

Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.

Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena rana, que parecía pollo.

FIN

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