Mark Twain escribió este cuento, junto con el del "Niño malo" como crítica hacia la pedagogización de la literatura infantil y juvenil, es decir, en contra de la utlización de dicha literatura para reconducir a los educandos a través de una moralina muy del gusto de la época y muy cercana a la idea de la domesticación de la infancia. Algo que, desgraciadamente, sigue en la actualidad con formas y fórmulas literarias diferentes, pero que persiguen los mismos fines.
Junto al "Cuento del niño bueno" publicó el "Cuento del niño malo", al que se puede acceder al final de esta entrada del blog. Aquí no aparece como tal ya que solo he realizado tertulias con el del niño bueno. Recuerdo que fue una tertulia con familias en un quinto de primaria de un centro de la Rioja alavesa. Y al recordar, enseguida me viene a la mente que nada más empezar la tertulia noté cierto rechazo en el ambiente, fundamentalmente por parte de las familias allí presentes. El asunto era que habían tomado el cuento por su lado literal y, sin alcanzar la ironía de Twain, había llegado a la conclusión de que allí se hacía una apología del mal. A pesar de ese rechazo, a lo largo de la tertulia, se fue viendo que la bondad de la que hacía gala el protagonista no era una auténtica bondad, sino un instrumento para ser alguien en este mundo. O eso era lo que creía yo, porque al final de la sesión charlé con una madre no muy convencida de lo que habíamos hablado y aproveché para darle una copia del cuento sobre el niño malo, a fin de que viese que existía, en el mismo autor, otra mirada crítica hacia la idea de maldad. Recuerdo que aceptó la copia y que según la cogía me dijo que si otra vez traía otra lectura como la que habíamos hecho, que le avisase, porque ese día su hijo no iría al colegio. Comprendí su postura, pero también me hizo ver lo bueno que era Mark Twain escribiendo.
EL CUENTO DEL NIÑO BUENO
HABÍA UNA VEZ UN NIÑO BUENO, llamado Jacob Blivens, que siempre obedecía a sus padres, por absurdas y poco razonables que fueran sus exigencias, que siempre se estudiaba la Biblia y jamás llegaba tarde al cursillo de religión de los domingos. No le gustaba volarse de clase, aunque si lo pensara bien se daría cuenta de que era el mejor negocio para él.Era tan extraño su modo de comportarse que ninguno de los demás muchachos lo comprendía. No decía mentiras, aunque le conviniera. Opinaba que mentir era malo, y que eso le bastaba para no hacerlo. Y era tan honesto que rayaba en la ridiculez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario