martes, 23 de febrero de 2021

LA CIZAÑA, un cuento de Concha Espina

Es triste, pero para muchas personas Concha Espina no pasa de ser una estación del metro de Madrid, cuando es una de nuestras grandes escritoras del siglo XX. Tal vez ese desconocimiento sea debido a que era mujer y ha sido ocultada en los libros y antologías literarias. Porque en 1927 le fue concedido el Premio Nacional de Literatura por su obra "Altar mayor." Asimismo, llegó a ser candidata en tres ocasiones consecutivas al Premio Nobel de Literatura (1926, 1927 y 1928). Fue también una escritora defensora de los derechos de la mujer y de los más desfavorecidos. Recuerdo con deleite su novela "El metal de los muertos" en la que se adentra en la explotación  y en la lucha de los mineros y sus familias.

El cuento que pongo a continuación me llamó mucho la atención porque frente a estereotipos, la autora lo escribe en torno a una gitanilla rural que no se arredra ante la niña de la capital que llega al pueblo con aires de superioridad, erigiéndose en líder de su grupo de amigas payas. En fin, algo distinto a lo que solemos leer. Por eso, cuando lo leímos en una tertulia de una Asociación de Mujeres Gitanas en Bilbao gustó mucho y motivó muchas intervenciones.
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LA CIZAÑA

Tengo, tengo, tengo;
tú no tienes nada;
tengo tres ovejas
en una cabaña...

Cantan así unas niñas, jugando al corro, en el jardín de un colegio, sombreado por unos árboles tan atrevidos que casi están metiendo sus ramas en mi cuarto de trabajo.

La canción es lenta, suave, con esos dejos largos y melancólicos, propios de la música norteña.

Y aun se diría que este ¡nocente cántico infantil había nacido aquí mismo, en uno de estos invernales montañeses, donde hay niños que pastorean con sus ovejas brañas arriba, despacito, atristados; tal vez inventando una dulce cancioncilla. . .

Estas niñas, que andan a la rueda, moviendo los bracitos enlazados, al compás de su copla, visten unos delantales de percal, plegados sin adornos sobre un gracioso canesú ; calzan zapatitos blancos de lona y llevan el cabello cortado a lo paje, al ras de las orejitas, retirado de la frente con un lazo chiquitín.

Y ahora han llegado en su cantar a un estribillo un poco triste que dice:

Palomita blanca de mayo,
llévame de aquí ;
llévame a mi pueblo
donde yo nací...

Aunque las niñas no han nacido en otro pueblo, me parece a mí que tiemblan con alguna pena sus voces en esta suspirante rima de la palomita blanca...

De pronto se deshace la rueda y hay un revoloteo de falditas agitadas y de pies saltadores.

Una niña forastera entra triunfante en el jardín, cerrando la verja con un portazo. CONTINUAR LEYENDO

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