viernes, 19 de marzo de 2021

Informe para una academia, un cuento de Franz Kafka

No puedo negar que Franz Kafka es uno de mis autores favoritos y que con sus textos hemos realizado muchas tertulias. "Informe para una academia" fue -de esto hace 20 años- uno de los primeros textos que compartimos en la Tertulia de la Prisión, por entonces ubicada en Nanclares de la Oca (Älava/Araba). Fueron unas sesiones muy interesantes de las que me queda, entre otros, el recuerdo del pasaje en el que el protagonista distingue entre "salida" y "libertad". Al comentarlo, uno de los internos dijo que a él lo que más le interesaba era la "salida", mientras que otro manifestó que lo que él quería era la "libertad", que sabía que era más difícil de conseguir por lo que iba a implicar en su vida, pero que eso era a lo que aspiraba, y no a una simple "salida".
Otra de las improntas que me deja este texto es que, en más de una ocasión, lo hemos compartido  en sexto de primaria, con una notable participación por parte del alumnado. Unido a este recuerdo está el de cuando lo utilizaba como práctica en cursos de formación del profesorado sobre Tertulias y de cuánto costaba que los docentes se entregaran a este relato. La mayoría decía que no se entendía, que aquello era una especie de literatura del absurdo. Así que cuando les contaba que lo habíamos leído en varios cursos de sexto de primaria exclamaban, con tono de reproche, que si ellos no lo comprendían, qué habrían entendido unos chavales de 12 años. Yo no contestaba. Me quedaba en silencio pensando que qué gozada que unos púberes entendieran mejor a Kafka que unos profesores. Aunque me preocupaba que el concepto que aquellos docentes tenían de lo que es la comprensión de una lectura literaria.
Tendría más cosas que contar, pero creo que con esto es suficiente. Tan solo me queda animaros a que lo leáis con ojos de aquellos alumnos y alumnas de sexto de primaria y no con los de los que todavía no se han atrevido a pasar al otro lado del espejo.


INFORME PARA UNA ACADEMIA 

Excelentísimos señores académicos:

Me hacéis el honor de presentar a la Academia un informe sobre mi anterior vida de mono. Lamento no poder complaceros; hace ya cinco años que he abandonado la vida simiesca. Este corto tiempo cronológico es muy largo cuando se lo ha atravesado galopando -a veces junto a gente importante- entre aplausos, consejos y música de orquesta; pero en realidad solo, pues toda esta farsa quedaba -para guardar las apariencias- del otro lado de la barrera.

Si me hubiera aferrado obstinadamente a mis orígenes, a mis evocaciones de juventud, me hubiera sido imposible cumplir lo que he cumplido. La norma suprema que me impuse consistió justamente en negarme a mí mismo toda terquedad. Yo, mono libre, acepté ese yugo; pero de esta manera los recuerdos se fueron borrando cada vez más. Si bien, de haberlo permitido los hombres, yo hubiera podido retornar libremente, al principio, por la puerta total que el cielo forma sobre la tierra, ésta se fue angostando cada vez más, a medida que mi evolución se activaba como a fustazos: más recluido, y mejor me sentía en el mundo de los hombres: la tempestad, que viniendo de mi pasado soplaba tras de mí, ha ido amainando: hoy es tan solo una corriente de aire que refrigera mis talones. Y el lejano orificio a través del cual ésta me llega, y por el cual llegué yo un día, se ha reducido tanto que -de tener fuerza y voluntad suficientes para volver corriendo hasta él- tendría que despellejarme vivo si quisiera atravesarlo. Hablando con sinceridad -por más que me guste hablar de estas cosas en sentido metafórico-, hablando con sinceridad os digo: vuestra simiedad, estimados señores, en tanto que tuvierais algo similar en vuestro pasado, no podría estar más alejada de vosotros que lo que la mía está
de mí. Sin embargo, le cosquillea los talones a todo aquel que pisa sobre la tierra, tanto al pequeño chimpancé como al gran Aquiles. Pero a pesar de todo, y de manera muy limitada, podré quizá contestar vuestra pregunta, cosa que por lo demás hago de muy buen grado. Lo primero que aprendí fue a estrechar la mano en señal de convenio solemne. Estrechar la mano es símbolo de franqueza. Hoy, al estar en el apogeo de mi carrera, tal vez pueda agregar, a ese primer apretón de manos, también la palabra franca. Ella no brindará a la Academia nada esencialmente nuevo, y quedaré muy por debajo de lo que se me demanda, pero que ni con la mejor voluntad puedo decir. De cualquier manera, con estas palabras expondré la línea directiva por la cual alguien que fue mono se incorporó al mundo de los humanos y se instaló firmemente en él. Conste además, que no podría contaros las insignificancias siguientes si no estuviese totalmente convencido de mí, y si posición no se hubiese afirmado de manera incuestionable todos los grandes music-halls del mundo civilizado. CONTINUAR LEYENDO

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