Este es un poema que lo hemos compartido con personas de todas las edades, pero sobre todo con jóvenes. Concretamente, la última vez fue el jueves pasado en la Fundación Peñascal de Bilbao.
Es una composición que me encanta porque se rebela ante esa imagen estereotipada de los jóvenes que, generación tras generación, se asume por los adultos y en la que prevalece la desesperanza. Es paradójico, desde mi punto de vista, que promovamos en los jóvenes unos valores que luego somos los primeros en criticar.
Resumiendo, un gran poema que provoca ricos debates sobre estas cuestiones.
¿QUÉ LES PASA A LOS JÓVENES
en este mundo de paciencia y asco?
¿Sólo grafitti? ¿rock? ¿escepticismo?
También les queda no decir amén,
no dejar que les maten el amor,
recuperar el habla y la utopía,
ser jóvenes sin prisa y con memoria,
situarse en una historia que es la suya,
no convertirse en viejos prematuros.
¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de rutina y ruina?
¿Cocaína? ¿cerveza? ¿barras bravas?
Les queda respirar, abrir los ojos,
descubrir las raíces del horror,
inventar paz, así sea a ponchazos,
entenderse con la naturaleza
y con la lluvia y los relámpagos,
y con el sentimiento y con la muerte,
esa loca de atar y desatar.
¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de consumo y humo?
¿Vértigo? ¿asaltos? ¿discotecas?
También les queda discutir con Dios,
tanto si existe como si no existe,
tender manos que ayudan, abrir puertas
entre el corazón propio y el ajeno.
Sobre todo les queda hacer futuro
a pesar de los ruines del pasado
y los sabios granujas del presente.
Mario Benedetti
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