miércoles, 20 de octubre de 2021

CUESTA ARRIBA, un cuento de Marisol Ortíz de Zárate

Es un cuento que hemos leído en diferentes Tertulias. Conocí a la autora cuando hicimos con ella varias tertulias, una de ellas en la prisión, con su libro Los enigmas de Leonardo, que era la primera novela que publicaba. Marisol, peluquera de profesión, es una persona muy cercana que comenzó a aficionarse a la literatura infantil y juvenil escribiendo cuentos e historias para sus hijas. 
Cuesta arriba es un cuento que enfrenta la violencia de género con una crudeza que nos lleva a profundizar en algunas de las causas que sirven para adentrarse en esa terrible lacra que es la violencia de género, es decir, el desprecio, la despersonalización y la cosificación de las mujeres.

CUESTA ARRIBA

Nunca me gustó caminar.

Caminar por caminar es trazar con sudor una ruta que más tarde, irremediablemente hay que desandar. Avance y retroceso se dan la mano; para qué, no quiero ser discípula de la épica esposa plañidera que fiel a una esperanza, tejía y destejía su perpetuo paño de camuflado cariz.

Pero cierto domingo que partía octubre a medias hacía un día radiante y decidí acompañarle a la montaña. No estoy en forma y exigí, como marcado a fuego, promesa de una ascensión fácil. Ante eso, únicamente sonrió con la expresión poderosa - tranquila, estás conmigo -, que utilizaba desde el antiguo principio de todo, y yo dejé que me sedujera la quimera de compartir una jornada agradable.

Un ancho túnel de hayas primero, a ras de pueblo. Las hojas verdes y frescas aún no han sido informadas de la proximidad del otoño. El suelo de tierra y hierba muestra las últimas flores del verano y las primeras de la nueva estación, cinco pétalos sonrosados tal vez sean un hibisco, piensa ella con escaso criterio botánico. El hombre y la mujer atraviesan el bosque despejado. Él lleva una mochila a la espalda, ella, apenas agua para beber.

El camino es bonancible, sereno. Bastante lampiño de fronda, el sol acaricia la piel. Un río ágil y joven serpentea. El agua abraza lomas pardas y lame pequeños escaños y canchales. La mujer, disfrutando algo rezagada de ese encanto, observa mientras camina al hombre que marcha delante. Aún conserva intacto su porte, piensa maravillada, ¿ha hecho un pacto con Lucifer? A ella bien se le acusan los años, los mismos, ah, los mismos que los de él.

Cuando se unieron en vida hasta que la muerte los separe, él elogiaba su físico, depósito de armonía. Pero sobre todo elogiaba su talento. “Llegarás muy lejos, te harás imprescindible en tu empresa”, le decía con una admiración que rechazaba objeciones, y no parecía afectarle en absoluto el salario merecidamente superior al suyo que todos los primeros de mes recordaba a ambos quién tenía la supremacía económica.

Buenos tiempos para la pareja. Viajes, diversiones, regalos mutuos y homenajes, moderno mobiliario para el hogar, guardarropa de impresión.

Y un día, él vino a casa con una importante noticia.

El recorrido adquiere una cierta fragosidad lentamente, transformándose en sendero. Han dejado el río atrás. Ahora el bosque acecha y acorrala. Semioculto el cielo por bordada y verde gasa, hay una penumbra calma. Qué quietud. Mimetizados, asimilados por la ruda Naturaleza, es fácil imaginar que son los únicos seres humanos del planeta. La mujer tropieza con una raíz desnuda que sobresale, sediciosa, en medio del camino. Pero no llega a caer.

-Me han propuesto un ascenso - dijo inflamados los ojos de codicia -, una gran oportunidad. Veinticinco hombres a mis órdenes, aumento considerable de la cartera de clientes, grandes incentivos laborables y, ¡agárrate!, salario triple que el actual.

Al decirlo, le temblaba de orgullo la sombra pilosa próxima a los labios, que era estrecha, casi tacaña, y más oscura de lo habitual.

Ella se alegró por él, llevaba tanto tiempo detrás de ese ascenso. Y, para ser honestos, se lo había ganado con efectivos méritos, cómo no admitirlo, no era una concesión gratuita ni una adjudicación a dedo.

Pero había que mudarse de ciudad, la nuestra, entrañable localidad de provincias, se quedaba diminuta para tan alto cargo, y yo tuve que renunciar a mi acomodado y lucrativo empleo en aquella empresa en la que según su pronóstico, iba a llegar tan lejos. Qué lástima. De vez en cuando pienso todavía en mis antiguos compañeros de trabajo, nunca los volví a ver. CONTINUAR LEYENDO

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